Kyoto, el jardín japonés.

2015-10-12-13-17-282Cuando uno planea un viaje a Japón, hay principalmente dos lugares que no pueden faltar en el itinerario: Tokyo y Kyoto. Dos ciudades con una historia en común pero completamente opuestas. Tokyo es tecnología, grandes edificios, centros comerciales, luces de neón… en cambio Kyoto es tradición, es cultura, son majestuosos templos, santuarios, jardines… en resumen, Kyoto es una antigua ciudad imperial, atrapada en el siglo XXI.

Kyoto es uno de los lugares más emblemáticos del país porque alberga un gran número de templos y santuarios declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, ya que su traducción literal es «Capital» y durante la época imperial fue usada como tal. Es una ciudad  fácil de recorrer en bicicleta, ya que es bastante planta, aunque imposible en tan solo tres días, así que evidentemente tuvimos que hacer una selección. Y un poco de Triatlón también!!, para que engañarnos, jeje.

Durante los tres días que estuvimos por la ciudad nos alojamos en un pequeño hostal en el barrio de Gion, famoso porque en sus tiempos era el barrio donde vivían las geishas y sus aprendices, las maikos, que en aquel entonces era fáciles de ver, paseando por sus estrechas callejuelas o en las casas de té. Hoy en día dichas calles se encuentran repletas de turistas y locales en busca de la mejor opción donde saborear alguna deliciosa especialidad local o comprar característicos souvenirs japoneses.

Jardin Japones en Kyoto
Jardin Japones en Kyoto

El objetivo en nuestro primer día en Kyoto era recorrer la zona norte, en el barrio de Higashiyama. Nos señalamos en el mapa la ruta a seguir para visitar los templos y santuarios más emblemáticos de esta zona, pero en el camino también fuimos parando en otros de más pequeñitos y menos concurridos. Es difícil decir cuál de ellos nos gustó más porque todos tenían su encanto y su magia.

El «Heian Jingu Shrine», fue quizás el que más recordamos, no solamente por su una gran puerta roja (torii) que presidía la entrada y los preciosos jardines que lo rodean, sino porque justo delante del santuario pudimos unirnos a una pequeña fiesta tradicional juvenil. Chicas y chicos vestidos con unos coloridos ropajes, que recordaban a los de algún capitulo de una serie manga, danzaron y cantaron unas bonitas y alegres canciones y luego desfilaron a lo largo del parque, en lo que descubrimos que era una fiesta estudiantil para los jóvenes de la ciudad.

Al mediodía hicimos una parada técnica para reponer energías. Sentados en uno de los bancos en el Camino de la Filosofía nos zampamos un par de bolas de arroz con pescado,  (nada que ver con las que nos preparaba Miho) y luego visitamos entre otros, el Honen-in Temple, el Otoyo Shrine, el Kumano Nyakuoi Shrine y por último el Eikan-do Temple.

Eikan-do Temple.
Eikan-do Temple.

Este último tenía unos jardines enormes con unos preciosos árboles multicolor que señalaban la llegada del otoño. Sus hojas pasaban por todo el abanico de colores desde el verde manzana cambiando a los amarillos mostaza hasta el rojizo teja. Dentro del mismo recinto y en lo alto de una pequeña colina se encuentra una pequeña pagoda des de donde se puede disfrutar de unas bonitas vistas de la ciudad. A estas horas de la tarde ya empezábamos a necesitar un descanso así que para finalizar la templeroute nos dirigimos al Nanzenji Temple. Era un grandioso templo repartido entre varios puntos simbólicos como eran la gigantesca puerta de madera, unos preciosos jardines, una gran pagoda y la parte turística del templo. Después de todo el día de pagar entradas carísimas parar visitar los templos, decidimos no visitar los puntos turísticos y simplemente dar un paseo por sus alrededores, en los que encontramos un antiguo acueducto y un bosque que con cientos de caminitos y senderitas por las que te adentrabas en su inmensidad, ya que dicho bosque rodea completamente el monte Kamiyama. Como no podía ser de otra manera y para huir por un momento del bullicio de la zona más turística de Kyoto, Javi empezó a su caminar montaña arriba hasta que desapareció entre la espesura de aquellos verdes y frondosos bosques que rodean templos, cementerios budistas y santuarios que hay aquí y allá… Cuando empezó a caer la noche volvimos hacia el Sake-Hostel a reponer fuerzas y descansar, y por qué no,  haber si había algún nuevo inquilino en nuestra habitación con el que compartir aventuras de viaje.

Eikan-do Temple
Eikan-do Temple

En nuestro segundo día por Kyoto y tras la buena experiencia con las bicicletas del día anterior volvimos a alquilarlas. Sabíamos que la ruta elegida para ese día sería mucho más larga y difícil, ya que los tres sitios a visitar se encontraban en tres extremos opuestos de la ciudad, así que nos equipamos tan bien como pudimos para nuestro Triatlón personal en Kyoto. Los tres puntos míticos de la ciudad que queríamos visitar eran; el Templo de Kinkaku-ji con su pabellón dorado, el Bosque de Bambú de Arashiyama con su pasillo de bambú famoso por salir en la portada de muchas guías de viaje del país y el increíble Fushimi-Inari Taisha o también conocido como el santuario de los Toriis rojos, ya que hay cientos de ellos rodeando toda una montaña. Pero vayamos por partes.

Templo de Kinkaku-ji
Pabello dorado del Templo de Kinkaku-ji

Primero nos dirigimos unos 8 kilómetros hacia el norte para ver el Templo de Kinkaku-ji con su pabellón dorado, supuestamente pintado con pan de oro, que se encuentra, como no,  justo en el centro de un apacible y delicado jardín, que contrastaba con los ruidosos y ajetreados turistas a la caza de la mejor foto. Es un lugar bonito, sí, pero prescindible a nuestro gusto. Así que sin perder demasiado tiempo, seguimos dirección oeste hacia el bosque de bambú, en un trayecto de otros 8 kilómetros repleto de subidas y bajadas que pasaba por varios templos de las afueras de Kyoto por los que nos dejamos perder. Ya muy cerca del bosque de bambú y cuando la calzada recuperó su horizontalidad, decidimos parar a comer un rápido picnic que teníamos preparado, a las orillas de un pequeño lago rodeado de campos de arrozales y hortalizas, salpicados por un montos de flores silvestres de todos los colores.

El Bosque de Bambú de Arashiyama, es un sitio que teníamos ganas de visitar. Sabíamos que es uno de los sitios más famosos de la ciudad, y uno de los imprescindibles, y que por tanto, estaría repleto de turistas, y que la idílica foto, que estábamos cansados de ver en la portada de nuestra guía de viaje, sería imposible de realizar. Pero queríamos ver por nosotros mismos si realmente aquel es uno de los lugares simbólicos de Japón. Llegar en bicicletas fue muy buena idea, ya que así conseguimos esquivar las riadas de turistas que se mueven por los alrededores del lugar.

Bosque de Bambú Arashiyama
Bosque de Bambú Arashiyama

Quizás no encontramos tantos turistas como esperábamos, pero si mas de los que nos gustaría haber encontrado, con lo que la sensación fue un poco de decepción por un lado, al haber creado tantas expectativas y realmente ver que era un reclamo turístico mas que otra cosa, y de satisfacción por el otro, al haber pasado un buen rato los dos, perdiéndonos  por el bosque de bambú y sus alrededores, en nuestra incesante búsqueda de idílicos  lugares donde disfrutar de nuestro viaje.

Des de allí teníamos más de 12 kilómetros hasta nuestro último destino, que seguro fueron muchos más, ya que fuimos siguiendo todo lo que podíamos las pequeñas carreteras, mas bien secundarias,  que discurren por las afueras de la ciudad y por las que podíamos pedalear disfrutando de un bonito y verde paisaje, además de ver como los locales practicaban uno de sus deportes favoritos, el Beisbol.

Entrada del Fushimi-Inari Taisha
Entrada del Fushimi-Inari Taisha

Tras más de una hora y media de pedalear sin prisa pero sin pausa, llegamos por fin al Fushimi-Inari Taisha o también conocido como el santuario de los miles de Toriis rojos. Nada más llegar nos asustamos de ver cuanta gente había; una multitud de turistas y locales haciéndose miles de fotos y ofrendas respectivamente, en todos los rincones posibles del lugar, un escándalo. Pero entonces empezamos nuestra búsqueda, y para ello debíamos subir, subir escaleras. Subiendo y subiendo escaleras, y cruzando Toriis y santuarios sin cesar, el sol fue apagándose poco a poco. dscn9636A medida que íbamos ascendiendo a la cima del monte Inari, el sol se iba poniendo en el extremo opuesto de la ciudad. Fue como si  hubiéramos seguido un plan perfectamente tramado, ya que al anochecer, la gente iba desapareciendo poco a poco, dejándonos casi solos para disfrutar de aquel precioso atardecer desde la cima del monte, desde el que se apreciaba gran parte de la capital de la corte imperial japonesa. Este será, sin duda alguna,  uno de los lugares que más vamos a recordar de nuestra estancia en Japón. dscn9641Al caer la noche sobre los Toriis y los santuarios, al desaparecer la gente y los ruidos, aquello se transformó en un lugar lleno de espiritualidad; los idílicos sonidos de los animales nocturnos y las  fuentes que discurren por el lugar, y la preciosa luz de las miles de velas e inciensos que queman en  cada santuario, crearon un escenario inolvidable. Fue un momento tan increíble que nos fue imposible captarlo con nuestra cámara, pero que quedo grabado a fuego en nuestra retina para siempre.

Fishimi-Inari Taisha
Camino de Toriis en el Fishimi-Inari Taisha

Aquella noche, después de haber recorrido más de casi 30 km durante todo el día en bicicleta (ya que nos quedaban otros 6 Kilómetros de vuelta al hostel), y tras muchos días intentando compensar los gastos económicos comprando la comida en los supermercados, esa última noche nos merecíamos un buen premio, para así despedir la gastronomía japonesa por todo lo alto. Así que nos dimos el lujo de tomarnos nuestra última cena  a base de la mejor especialidad local, el sushi. Para ello no iríamos a cualquier restaurante de sushi, si no que elegimos uno de los 10 mejores restaurantes de la ciudad, según  Trip Advisor (que nunca falla), que justamente se encontraba muy cerca de nuestro hostel. Degustamos un variado de sashimi que incluía atún, salmón, kimeda y caballa, nirigis de salmón y huevas, de langostino crudo, de vieira, otros de anguila y unos makis de huevas de cangrejo, acompañado de un vasito de sake para Javi y una cervecita para Meri. Todo ello exquisito para el paladar de los más expertos, así que nosotros disfrutamos más que muchísimo. Lo curioso de la cena fue, cuando nos  sacaron el sashimi de kimeda; era el pescado entero cortado muy fino y lo acababan de sacrificar, nos quedamos sorprendidísimos.

Pero esto no era todo, lo más sorprendente fue cuando al acabárnoslo nos preguntaron si queríamos comernos las espinas, a lo que nosotros respondimos afirmativamente, por qué no? Se llevaron el plato y seguimos comiendo… al rato, nos volvieron a sacar la raspa del pescado, totalmente frita!!, y como no podía ser de otra manera, era riquísimo!!! nos comimos hasta la cabeza!!! Nos comimos un pez totalmente entero, sorprendente!!!

En nuestro tercer y último día en Kyoto y después del esfuerzo realizado el día anterior, estábamos un poco cansados y con un poco de agujetas, así que nos lo tomamos con más calma. Durante la mañana paseamos sin rumbo fijo por el barrio  Higashiyama, entrando en algún templo y paseando por sus calles repletas de tiendas de souvenirs. En nuestro paseo nos topamos con una aprendiz de Geisha (maiko) que se estaba haciendo una sesión de fotos artísticas. Llevaba unos ropajes con flores de colores preciosos con sus perfectísimos pliegues, el maquillaje, y el paraguas para cubrirse del sol….en fin, guapísima.

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Para concluir el día y nuestra visita al país nos subimos al que sería nuestro último tren moderno en los siguientes meses dirección a Osaka, des de donde daríamos el salto a nuestro siguiente destino, India, el pais de los mil colores.

Días viajados: 94

Distancia recorrida: 30.710Km

 

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